miércoles, 10 de marzo de 2010

Sofía, o la perdición

Hoy despierto incorporándome lenta y torpemente, miro a mi alrededor y ni siquiera necesito preguntarme dónde me encuentro... me siento como si estuviera desnuda, deben ser las sábanas, la ropa de hospital... Mis muñecas lucen unas preciosas y purísimas vendas, válgame Dios ¿Otra vez? Maldita heroína, mierda. Escucho que me llaman, un hilo de voz teje su camino hasta mi consciencia. Lo escucho sin lograr verlo, desde donde quiera que pueda mirarle, sé que estoy durmiendo de nuevo. El sueño.
-Amor mío, ¿qué te has hecho?
"Acaba de despertar"-le dicen- "Y no debería dejarla sola". "Bah, como si me necesitara"-respondió-.
Éstos ojos todavía no se cansan, malditos. Mi cabello es aún hermoso. Las marcas de las muñecas han sido siempre las mismas. Que me maten. "Mátame"-he susurrado-.
La luz se filtra por la persiana, él se acerca a la cama y me acaricia, lentamente sus dedos hurgan en mi cabello, nunca me has encontrado, déjame en el hoyo, aquí ya estoy.

martes, 2 de marzo de 2010

Irreverencias y desentonos: Fabrizio Rossi

Abrí el ojo izquierdo, como lo he hecho desde hace 25 años. De nuevo tu espalda, seca, como después de habernos empapado el uno en el otro. ¿Cómo te llamas? ¡Oh! Sigues durmiendo. Las cosas que uno piensa después de pasar otra noche en otra cama...

Trabajar en un hospital no es lo más sano después de todo; ser de esas personas que no saben ni donde viven es peor aun. Cuando el loquito se nos escapó, quisieron echarme la culpa. Yo sólo soy... bueno, no sé lo que soy pero no es mi responsabilidad. A mí, lo único que me toca (claro eso no se lo dije) es progresar con ayuda de lo que tengo y de las debilidades del resto. Estoy a una cama de la dirección general del hospital.

Mandé comprar litros y litros de ese desinfectante nuevo que anuncian: dicen que mata la influenza, pero no hemos podido quitar el manchón azul que quedó en aquella pared.

–¡Fabrizio! –dijo una voz.

Aquella tarde sólo atiné a mirar por la cerradura de esa puerta que nunca nadie abría. Apenas recuerdo lo que vi, pero supe lo que tenía que hacer, lo que siempre tuve que hacer. Entonces, comencé a escalar.